La
historia del niño salvaje de Aveyron
En los bosques
franceses de Aveyron, hacia el año 1800 aparece un niño salvaje de entre 12 y
13 años. Éste presentaba un aspecto lamentable, privado de todo contacto
social: sucio, feroz, ansioso, con el cuerpo cubierto de cicatrices; sin el uso
de la palabra, emitía sonidos incomprensibles, se alimentaba de bellotas,
mordía y arañaba a quienes se le acercaban. Cuando llega a las manos del doctor
Itard, éste trata de hacer de Víctor -nombre con el que bautizó Itard al
pequeño salvaje-, un ser civilizado.
Juan Marco Gaspar
Itard (1774-1838), médico, especialista en materia de reeducación de
sordomudos, era un hombre de su tiempo. El naciente siglo XIX era la época en
la que la razón prevalecía sobre otras cuestiones, por ello su enfoque sobre la
educación de Víctor fue educar al niño de un modo unidireccional, es decir que,
a partir de determinados estímulos, observaba las respuestas del niño. Víctor
solamente debía recibir; Itard no consideró en ningún momento las valiosas
aportaciones que podía lograr al saber más de la vida del niño.
Víctor, en su modo de
vida natural y salvaje, había desarrollado un modelo de comprensión de su
entorno que estaba muy alejado de lo que los hombres de ciencia de la época
podían comprender. Itard quería modificar su comportamiento; para dicho fin,
utilizó los medios más enérgicos con el propósito de civilizarlo.
Como Víctor tenía
escasa sensibilidad de los órganos sensoriales, lo que hacía que pudiera
permanecer expuesto al frío y a la lluvia durante horas, Itard, a fuerza de
baños hirvientes logra tornarlo friolento y sensible al frío; para obligarlo a
vestirse, lo dejaba desnudo cada mañana cerca de su ropa.
La convicción que
anima a Itard es la de que aún los medios más violentos son benéficos;
ofrecerle y privarle, darle y frustrarle, el placer de una recompensa y el
dolor de un castigo serán moneda corriente en la educación de niño. Sus planes
de educación fracasan porque están pensados para niños con problemas de
aprendizaje, pero que su campo de experiencia está dentro del entorno social
habitual.
A lo largo de toda la
educación de Victor, Itard no trata de comprender su mundo, sólo desea
cambiarlo, porque está convencido de que la civilización es mucho mejor. Si él
hubiera comprendido las necesidades emotivas y vitales de Víctor, su trabajo
hubiera culminado con un resultado mucho más esperanzador.
El niño acaba por
enfermar de tuberculosis y finalmente muere. Itard atribuye su fracaso en
educar a Víctor solamente a errores de estrategia; no pudo comprenderlo ni
superar las limitaciones a las que estaba expuesto por el marco científico de
la época.
La muerte de Víctor
no fue fortuita: la falta de libertad, la limitación de su campo de experiencia
y un entorno casi incomprensible para él, todo ello le coloca en una situación
de inferioridad emotiva que ayuda a su triste desenlace. Hoy diríamos que Itard
debería de haber tratado de comprender a la persona que estaba educando,
amoldarse a su mundo y progresivamente ir integrando aquello que él trataba de
mostrar al pequeño. Este era un camino bidireccional, en el que recibían y
aportaban los dos... no uno solo.
El caso Víctor
permitió confrontar con la experiencia las preguntas que los seres humanos se
hacían sobre sí mismos y que no era posible experimentar de manera intencional.
Interrogantes que en la actualidad giran sobre cuestiones como dónde termina la
naturaleza, dónde empieza la cultura, si pueden ser los salvajes testimonio de
un estado pre cultural del hombre, qué es lo que traemos al nacer y qué es lo
que incorporamos por nuestra convivencia con otros seres vivos. Preguntas que
abren debates, que se tratarán de contestar desde distintos lugares y desde
distintos marcos teóricos que influirán en las prácticas y en los sujetos.
Lic. María
Dolores Perez
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