Experimentos en psicologia
La obediencia a la autoridad: los experimentos de Milgram
Autora: Ana Muñoz, psicóloga, directora de Cepvi.com
¿Podría una persona normal
llegar a torturar o asesinar a alguien sólo por obedecer órdenes o tendríamos
que llegar a la conclusión de que se trata de un perturbado? Cuando un
psicólogo llamado Milgram trató de responder a esta pregunta, él mismo quedó
sorprendido ante los resultados.
Cuando, a
finales de los años sesenta, Adolf Eichmann fue juzgado por los crímenes contra
la humanidad cometidos durante el régimen nazi, el mundo entero se preguntó
cómo era posible que alguien llegara a cometer semejantes atrocidades a
millones de personas inocentes. Muchos pensaron que Eichmann tenía que ser un
loco o un sádico y que no era posible que fuese como el resto de las personas
normales que caminan junto a nosotros cada día por las calles, se sientan en la
mesa de al lado en nuestro restaurante o viven en el piso de arriba en nuestro
mismo edificio. Sin embargo, nada hacía pensar que Eichmann fuese distinto a
los demás. Parecía ser un hombre completamente normal e incluso aburrido. Un
padre de familia que había vivido una vida corriente y que afirmaba no tener
nada en contra de los judíos. Cada vez que le preguntaban por el motivo de su
comportamiento, él respondía con la misma frase: "cumplía órdenes".
A raíz de
esto, un psicólogo social norteamericano llamado Stanley Milgram empezó a
hacerse preguntas acerca de la obediencia a la autoridad y a plantearse si
cualquiera de nosotros seríamos capaces de llegar a la tortura y el asesinato
sólo por cumplir órdenes. Él pensaba que la respuesta a esta pregunta sería un
rotundo no, sobre todo en un país como Estados Unidos, donde se da gran
importancia a la individualidad, la autonomía y la independencia de las
personas, y más aún en el caso de que las órdenes implicaran hacer daño a
alguien.
Para
comprobarlo diseñó un experimento que se llevó a cabo en un laboratorio de la
universidad de Yale. Los resultados fueron tan sorprendentes que dejaron
boquiabierta no sólo a la comunidad científica, sino también al público en
general, que llegó a tener conocimiento de dicho experimento debido a la gran
atención que le prestaron los medios de comunicación, llegando a convertirse en
el experimento más famoso dentro del campo de la psicología social.
El experimento
A través
de anuncios en un periódico de New Haven, Connecticut, Milgram seleccionó a un
grupo de hombres de todo tipo de entre 25 y 50 años de edad a quienes pagaron
cuatro dólares y una dieta por desplazamiento por participar en un estudio
sobre "la memoria y el aprendizaje". Estas personas no sabían que en
realidad iban a participar en una investigación sobre la obediencia, pues dicho
conocimiento habría influido en los resultados del experimento, impidiendo la
obtención de datos fiables.
Cuando el
participante (o sujeto experimental) llega al impresionante laboratorio de
Yale, se encuentra con un experimentador (un hombre con una bata blanca) y un
compañero que, como él, iba a participar en la investigación. Mientras que el
compañero parece estar un poco nervioso, el experimentador se muestra en todo
momento seguro de sí mismo y les explica a ambos que el objetivo del
experimento es comprender mejor la relación que existe entre el castigo y el
aprendizaje. Les dice que es muy poca la investigación que se ha realizado
hasta el momento y que no se sabe cuánto castigo es necesaria para un mejor
aprendizaje.
Uno de
los dos participantes sería elegido al azar para hacer de maestro y al otro le
correspondería el papel de alumno. La tarea del maestro consistía en leer pares
de palabras al alumno y luego éste debería ser capaz de recordar la segunda
palabra del par después de que el maestro le dijese la primera. Si fallaba, el
maestro tendría que darle una descarga eléctrica como una forma de reforzar el
aprendizaje.
Ambos
introducen la mano en una caja y sacan un papel doblado que determinará sus
roles en el experimento. En el de nuestro sujeto experimental está escrita la
palabra maestro. Los tres hombres se dirigen a una sala adyacente donde
hay una aparato muy similar a una silla eléctrica. El alumno se sienta en ella
y el experimentador lo ata con correas diciendo que es "para impedir un
movimiento excesivo". Luego le coloca un electrodo en el brazo utilizando
una crema "para evitar que se produzcan quemaduras o ampollas".
Afirma que las descargas pueden ser extremadamente dolorosas pero que no
causarán ningún daño permanente. Antes de comenzar, les aplica a ambos una
descarga de 45 voltios para "probar el equipo", lo cual permite al
maestro comprobar la medianamente desagradable sensación a la que sería
sometido el alumno durante la primera fase del experimento. En la máquina hay
30 llaves marcadas con etiquetas que indican el nivel de descarga, comenzando
con 15 voltios, etiquetado como descarga leve, y aumentando de 15 en 15 hasta
llegar a 450 voltios, cuya etiqueta decía "peligro: descarga severa".
Cada vez que el alumno falle, el maestro tendrá que aplicarle una descarga que
comenzará en el nivel más bajo e irá aumentando progresivamente en cada nueva
serie de preguntas.
El
experimentador y el maestro vuelven a la habitación de al lado y el experimento
comienza. El maestro lee las palabras a través de un micrófono y puede escuchar
las respuestas del alumno. Los errores iniciales son castigados con descargas
leves, pero conforme el nivel de descarga aumenta, el maestro empieza a
escuchar sus quejas, concretamente a los 75 voltios. En este momento el maestro
empieza a ponerse nervioso pero cada vez que duda, el experimentador le empuja
a continuar. A los 120 voltios el alumno grita diciendo que las descargas son
dolorosas. A los 135 aúlla de dolor. A los 150 anuncia que se niega a
continuar. A los 180 grita diciendo que no puede soportarlo. A los 270 su grito
es de agonía, y a partir de los 300 voltios está con estertores y ya no
responde a las preguntas.
El
maestro, así como el resto de personas que hacen de maestros durante el
experimento, se va sintiendo cada vez más ansioso. Muchos sonríen
nerviosamente, se retuercen las manos, tartamudean, se clavan las uñas en la
carne, piden que se les permita abandonar e incluso algunos se ofrecen para
ocupar el lugar de alumno. Pero cada vez que el maestro intenta detenerse, el
experimentador le dice impasible: "Por favor, continúe". Si sigue
dudando utiliza la siguiente frase: "El experimento requiere que
continúe". Después: "Es absolutamente esencial que continúe" y
por último: "No tiene elección. Debe continuar". Si después de esta
frase se siguen negando, el experimento se suspende.
Los resultados
Los datos
obtenidos en el experimento superaron todas las expectativas. Si bien las
encuestas hechas a estudiantes, adultos de clase media y psiquiatras, habían
predicho un promedio de descarga máxima de 130 voltios y una obediencia del 0%,
lo cierto es que el 62'5 % de los sujetos obedeció, llegando hasta los 450
voltios, incluso aunque después de los 300 el alumno no diese ya señales de
vida.
Por
supuesto, aquí es necesario añadir que el alumno era en realidad un cómplice
del experimentador que no recibió descarga alguna. Lo que nuestro ingenuo
participante escuchaba era una grabación con gemidos y gritos de dolor que era
la misma para todo el grupo experimental. Tampoco se asignaba el papel de
maestro o alumno al azar, ya que en ambas hojas estaba escrita la palabra
maestro. Sin embargo, estas personas no supieron nada del engaño hasta el final
de experimento. Para ellos, los angustiosos gritos de dolor eran reales y aún
así la mayoría de ellos continuó hasta el final.
Lógicamente, lo primero que se preguntaron los atónitos investigadores fue cómo
era posible que se hubiesen obtenido estos resultados. ¿Eran acaso todos ellos
unos sádicos sin corazón? Su propia conducta demuestra que esto no era así,
pues todos se mostraban preocupados y cada vez más ansiosos ante el cariz que
estaba tomando la situación, y al enterarse de que en realidad no habían hecho
daño a nadie suspiraban aliviados. Cuando el experimento terminaba muchos se
limpiaban el sudor de la frente, movían la cabeza de un lado a otro como
lamentando lo ocurrido o encendían rápidamente un cigarro. Tampoco puede
argumentarse que no fuesen del todo conscientes del dolor de las otras
personas, pues cuando al finalizar el experimento les preguntaron cómo de
dolorosa pensaban que había sido la experiencia para el alumno, la respuesta
media fue de 13'42 en una escala que va de 1 (no era dolorosa en absoluto) a 14
(extremadamente dolorosa).
Creencias de un maestro de la educación tradicional
· Todo estudiante necesita ser calificado con notas, estrellitas, y otros incentivos como motivación para aprender y cumplir con los
requisitos escolares.
· Cada estudiante debe ser calificado en base a los estándares de aprendizaje,
que la profesora traza para todos los estudiantes por igual.
· El currículo debe estar organizado por
materias de una manera cuidadosamente y en secuencia y detallado.
· Los maestros que aceptan la perspectiva conductista asumen que el
comportamiento de los estudiantes es una respuesta a su ambiente pasado y
presente y que todo comportamiento es aprendido. Por tanto cualquier problema
con el comportamiento de un estudiante es visto como el historial de refuerzos
que dicho comportamiento ha recibido. Como para los conductistas el aprendizaje
es una manera de modificar el comportamiento, los maestros deben de proveer a
los estudiantes con un ambiente adecuado para el refuerzo de las conductas
deseados.
· Las conductas no deseadas de los estudiantes en el aula pueden ser
modificados utilizando los principios básicos de modificación de conducta.
· Las siguientes son técnicas aplicadas en la educación tradicional para eliminar conductas no
deseadas en los estudiantes:
· Refuerzo de las conductas deseadas, que de esta manera competirá con
la conducta no deseada hasta reemplazarla por completo.
· Debilitar las conductas no deseadas eliminando los refuerzos de estas.
· La técnica de la "saturación" que implica envolver a un individuo
en la misma conducta no deseada, de manera repetitiva hasta que el individuo se
sienta hastiado del comportamiento.
· Cambiando la condición del estímulo que produce la conducta no
deseada, influenciando al individuo a tomar otra respuesta a dicho estimulo.
· Usando castigos para debilitar la conducta no deseada.
· Una importante aplicación del condicionamiento operante utilizado en
la educación tradicional es la de Aprendizaje Programado. En esta técnica las
materias son divididas en pequeños simples pedazos o marcos de referencia, en
que en cada parte al estudiante se le bombardea con una cantidad de preguntas a
las que el estudiante conoce la respuesta y probablemente conteste
correctamente; luego de una en una se van agregando preguntas al repertorio,
dando premios e incentivando las respuestas correctas.
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